Los datos muestran un contexto donde se producen múltiples ataques a las funciones básicas del ser humano: el 100% refería haber pasado hambre en algún momento, dificultades de acceso al agua para ingesta, dificultades para micción o defecación, así como para aseo o ducha y haber sufrido por las condiciones de temperatura o humedad. El campo, ideado para alojar a 3000 personas, alojaba a 22000 en febrero de 2020. Más del 90 % señalaban situaciones de hacinamiento y falta de privacidad), imposibilidad para descansar, así como dificultades para recibir atención médica.
Existen numerosos elementos en el campo que generan un entorno de inseguridad y miedo constante. Un 65% refiere haber recibido amenazas graves hacia ellos o hacia sus familiares, llegando en ocasiones a golpes o palizas (36%). Resulta especialmente alarmante que el 41% de las mujeres y el 8% de los hombres informe de situaciones de abuso sexual). El 78% de personas entrevistadas han sido testigos de violencia sobre otras personas. Estos elementos dan una aproximación del entorno intimidatorio y violento que se vivía en el campo.
En la misma línea, existen números factores que impiden tener una sensación de control sobre la propia vida. En este sentido, el 64% no tenía claridad sobre las normas o reglas del campo porque éstas cambiaban o no eran explicadas de forma adecuada. Un 60% de las personas sentían una imposibilidad para establecer rutinas, pese a residir durante años en el campo. El 80% de personas tampoco tenían información respecto a su situación administrativa o legal, generando así situaciones de indefensión jurídica y/o administrativa. Esta situación favorece además la aparición de noticias falsas y desinformación en el campo. Un tercio de las personas que residían en el campo, lo percibían como un entorno de sumisión completa, apareciendo sentimientos de humillación, indignidad y/o vergüenza.
Estos datos venían siendo denunciados por organismos internacionales desde hace más de un lustro, sin que hubieran existido ninguna acción efectiva para garantizar los derechos de las personas que residían en el campo.
Todos estos elementos descritos anteriormente generaron niveles de sufrimiento físico y emocional muy elevados: El 89% refirió emociones de desesperanza frecuentes o muy frecuentes desesperanza. Un tercio de las personas entrevistadas refirieron tener ideas de suicidio repetidas y continuadas, y prácticamente en su totalidad (94%) había pensado en ello en algún momento. Las ideas de suicidio son la punta del iceberg, de un malestar emocional extremadamente complejo compuesto por emociones de miedo, rabia, apatía y desesperanza, presente en casi todas las personas.